lunes, 20 de febrero de 2017

Fueron aquellos maravillosos años...

Todavía recuerdo aquellos maravillosos años, el libro que, a pesar de ser triste, tiene un bonito nombre, y donde se deja ver a un Rafael Aníbal muy preocupado por la precariedad intelectual. Aquellos años tan maravillosos donde a todos los monstruos les daba miedo la oscuridad, y es que… ¡Eran como niños!. De ellos aprendí tanto que desde hace poco tiempo un monstruo viene a verme todas las noches, unas en formato papel y, otras, en formato cinematográfico, quedándome, sin duda, con el primero. Y una de esas noches el monstruo apareció hambriento para decirme: ¡Voy a comeDte! Igual de hambriento que se mostraba el lobo de Caperucita Roja, la historia que, sin duda alguna, ha marcado mi infancia, llevándome a lugares desconocidos y donde el miedo se convertía en diversión.

Dejando a un lado a esos monstruos, fui creciendo y el trovador oscuro me enseñó el valor de la lealtad. En ese momento decidí hacer la llamada de lo salvaje, la cual provocó en mí una gran devoción por los perros, sintiéndome atraída por su fidelidad y sabiduría, y llevándome a querer empatizar con ellos gracias al coloquio de los perros de Cervantes. Tengo que reconocerlo, siempre he hablado con los perros, lo sigo haciendo, y aunque sepa que no me van a responder porque no me comprenden, pienso en lo que me enseñó Paulo Coelho, y es que "saber no es comprender, podríamos saberlo todo y no comprender nada".

No podría dejar de nombrar la literatura que me hizo crecer, aprender, y, por qué no, entender. Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, paisanos míos, siempre presentes, aunque ausentes. Para intentar encontrarlos, sin confundir los molinos con gigantes, pasé cinco semanas en globo y naufragué en los viajes de Gulliver, donde si algo aprendí fue el valor del amor y del respeto en toda su expansión, convirtiéndome incluso en una Celestina. Y, hablando de romanticismo, y de todo un poco, Bécquer me enseñó sus rimas y leyendas, con las cuales disfruté como una niña con un juguete nuevo, quedando los ojos verdes y la rosa de pasión grabadas a fuego en mi mente.


A día de hoy, la chica del tren con la que coincidí en mi último viaje y su lobo estepario, el cuál lleva la condición humana al extremo, me hacen pensar que cuando duermo alguien me dispara, y yo ya estoy muerto, pero solo son sueños de piedra. Por eso siempre he pensado que hay que vivir en sueños lo que en vida no se puede, para llegar más allá de lo alcanzable.




1 comentario:

  1. Ojo a la Etiqueta Práctica 1, quítale el punto.
    Me ha parecido muy curioso tu relato, sobre todo el principio.

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