¡Madre mía! ¡Cómo pasa el tiempo! Me asusta pensar en lo deprisa que pasa el tiempo y en cómo cambian las cosas. Parece mentira que ya hayan pasado 20 años desde que empecé a estudiar la carrera de magisterio. Recuerdo cuando empecé a estudiar la carrera y poco a poco iba descubriendo cómo quería ser y actuar como maestra. Y lo conseguí, pero no fue tan fácil como me lo imaginaba en mis más preciados sueños. Ha sido una ardua tarea. A veces he querido rendirme no lo puedo negar. Pero aunque los resultados hayan sido lentos puedo ver cuánto han cambiado las cosas desde los inicios. Tuve que inventar y reinventar y muchas de las técnicas y tácticas aprendidas no me funcionaron siempre, o no a corto plazo y tuve que luchar y crear nuevas cosas. Muchas veces no me sentía comprendida con esas miradas cargadas de tradición y superioridad. No obstante, cada vez más gente venía cargada con nuevas ideas y un gran inconformismo. Y así pues a día de hoy conseguimos que los libros, esos que guiaban los contenidos de todo el curso fueran erradicados. Hoyen día los libros son optativos, los tenemos por todo el aula y los hay de todo tipo. Muchos de los libros los han confeccionado y creado los propios niños. Y tenemos cómics, cuentos, álbumes ilustrados, poemas, enciclopedias, periódicos, diarios... vamos de todo. Debo decir que todas las escuelas trabajan por proyectos gracias a unos investigadores que tanto con diseños cuantitativos y cualitativos constararon que era la mejor forma de aprender para los alumnos. En mi centro buscamos información sobre cada tema que nos interesa y creamos los proyectos. Tengo que reconocer que yo misma estoy aprendiendo más ahora que cuando fui alumna. Cada día por la mañana hacemos asambleas para hablar de muchas cosas pero además las hacemos siempre antes de irnos a casa. Se hacen desde infantil hasta primaria y secundaria. ¡Qué maravilla esto de escuchar a los alumnos! Y la disciplina. Esa perdida de valores a la que tanto hacían alusión en el pasado, se ha solucionado gracias a los programas de inteligencia emocional que implantan las escuelas. Hemos desarrollado la empatía y las habilidades sociales y cada día al entrar en clase lo primero que hacemos es darnos elogios y abrazos entre todos. Tenemos una pantalla enorme en clase y buscamos ahí mucha información y videos sobre temas que nos gustan y luego debatimos sobre ello, buscamos palabras que no sabemos y confeccionamos portafolios de aprendizaje personales en los que los demás también pueden colaborar. Es increíble lo que a los niños les encanta escribir y dibujar sobre lo que descubren. Las paredes de la clase están combinadas entre pizarras antiguas para escribir con tiza y pizarras digitales que los niños manejan con los dedos. Las matemáticas son todo manipulación y a través de juegos que realmente son muy divertidos. La música forma parte del día a día del trabajo y el juego así como la plástica. Y uy que se me olvidaba... las mesas y las sillas forman diferentes composiciones. Muchas veces están en forma de U, otras en forma de circulo y otras veces las hacemos a un lado y nos ponemos a trabajar en el mismo suelo. La verdad es que creo que si le enviase una carta a mi yo de hace 20 años no se creería todo esto porque por aquel entonces aunque ya empezaban a haber grandes cambios no se parecía en nada a lo que hemos logrado ahora. Por eso si vuelvo la vista atrás y pienso que aquella chica hizo bien en luchar y no rendirse porque al final aunque el futuro no sea como imaginamos puede ser incluso mejor de lo que habíamos soñado y quien persevera de verdad que tiene su recompensa.
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jueves, 23 de marzo de 2017
miércoles, 22 de marzo de 2017
Rebuscando en el ayer
22 de septiembre de 2038
Querido diario:
Me siento frustrada, engañada, absorbida…
No puedo más. Si rendirse fuese una opción, te prometo que lo haría.

Me gustaría enseñar a mis alumnos
como fue mi infancia en el colegio, los nervios que sentía cuando nos iban a
dar la nota de un examen donde las faltas de ortografía jugaban un papel
importante. Las tardes que me iba a la biblioteca a ojear veinte, treinta o
cuarenta libros, siempre eran pocos, para luego decantarme solo por uno, y, con
suerte, dos. Los premios de dibujo en
los concursos de carnaval… ¡siempre ganaba gracias a mi dedicación y esfuerzo!,
palabras que ahora son sustituidas por máquinas. O Don Pedro y su pasión por Platero y yo. Todavía guardo ese libro,
me ha acompañado hasta día de hoy, a pesar de mis idas y venidas. Por mucho que
intento hacerles ver a mis alumnos la magia que guardan los escritos de Juan
Ramón Jiménez, prefieren ver el último capítulo de Supermegafriends en su tableta. Qué mal suena el título, ¿verdad?
Yo casi que me quedo con Oliver y Benji.
En definitiva, querido diario, tú
que me llevas leyendo desde que tengo uso de razón, si tantos avances hay en la
sociedad, en el mundo, en la EDUCACIÓN, ¿por qué no inventar una máquina del
tiempo? Al menos, no sé, para que los niños pudiesen comparar, y elegir. Para
que de alguna manera pudiesen aprender a valorar que las cosas se consiguen con
grandes esfuerzos y que las máquinas nos están absorbiendo el cerebro. Ya no
hace falta pensar, lo hacen ellas por ti. Ya no hace falta leer, ni escribir,
ni hablar, ni debatir. Pero, ¿sabes qué? Al menos me siento orgullosa de haber
formado parte de una generación donde un libro y una sombra debajo de un árbol
en pleno mayo me hacía ser la niña más feliz del mundo.
Firmado: una maestra frustrada.
Firmado: una maestra frustrada.
A continuación, adjunto un vídeo donde se habla de la educación en el futuro, la cual he querido plasmar en mi relato a modo de diario desde el punto de vista de un maestro en el año 2038.
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