jueves, 20 de abril de 2017

Práctica 1. Autobiografía lectora (y audiovisual)

Mis correrías en la literatura
 
En un lugar de Tucumán  de cuyo nombre no me viene a la memoria, hace unos cuantos años, no os diré cuántos, vivía yo, una niña cuya trayectoria se asemejaba a la de Mowgli… Esa era yo. Sin darme cuenta, había hecho de mi vida en la selva un libro.
 Eran los años setenta y, a las páginas de este libro muy personal, se le sumaron innumerables aventuras de la mano de las Correrías de Patoruzito, versión juvenil de un famoso cacique llamado Patoruzú. El cómic, en ese entonces, me servía de catarsis ya que el yugo de la estulticia humana en esa dura etapa de mi infancia, hacía que los tanques con hombres de verde nos hicieran marcar el paso, cual soldadito, en las pedregosas calles de Acheral. Así como también, de vez en cuando podíamos saborear un Filemón con Mortadelo, o mejor dicho un filetón pero !sin mortadela!, que mi abuela ocasionalmente nos preparaba para la hora de comer. En esa época de tumultos y tempestades sociales eran mis amigos fieles Isidoro Cañones, Condorito, y Mafalda, quienes con tan sólo hojear y ojear unas páginas allí estaban, listos para rescatarme de la incomprensible vorágine del mundo adulto, a la luz de una lámpara de camisa. 
Al final de esa década, las ingenuas goleadas de una selección de fútbol acallaban los desgarradores gritos sangrientos de varios inocentes… 

 Corrían los años ochenta y poco tiempo después, me encontraba ya en medio de enormes edificios con  
Setenta balcones y ninguna flor, a la vez que las grandes noticias se dejaban ver en primera plana del Clarín. Eran gélidos tiempos de guerras de disputas entre dos gigantes, y de imberbes condenados a muerte segura en Malvinas, mientras deliberadamente se boicoteaba al deporte mundial y unos pañuelos blancos en cabeza reclamaban a sus retoños sin siquiera conocer la primera letra hebrea, El Aleph.
 No. No era viernes. Era un lunes por la tarde, cuando Robinson Crusoe me hizo un guiño desde un empolvado rincón de viejos ejemplares rescatados de la basura. A éstos se le comenzaron a sumar la desesperación de una canción que decía ser acompañada por Veinte Poemas de Amor, por entonces me había encontrado con un Poeta en Nueva York, y más tarde con un asceta en busca de sabiduría y de su yo, al que le llamaban Siddharta. Mas luego, un Lobo Estepario que ahondaba en la oscuridad del ser humano, para enseñarme a interpretar las miserias del kafkiano Gregorio Samsa
Pero hay más aún, mi mejor amiga, Momo, y yo, a lo que no hemos vuelto a saltar ha sido a esa interminable Rayuela que de pequeñas jugábamos en un pueblo similar al de Pedro Páramo, transitando caminos sinuosos que conducían a la Ciudad de las Bestias donde al final del trayecto yacía una generacional Casa de los Espíritus
Las limitaciones de espacio llegan..., y no quiero despedirme sin antes recordar a un anciano que tenía buenas Memorias de sus putas tristes y que también forman parte ya de mis memorias lectoras.

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