22 de septiembre de 2038
Querido diario:
Me siento frustrada, engañada, absorbida…
No puedo más. Si rendirse fuese una opción, te prometo que lo haría.
Eres lo único que me permite
evadirme de la cruda y triste realidad, y además ¡en papel! Usando mi pluma
favorita y sorprendiéndome de la bonita letra que sigo teniendo, a pesar de no
escribir con la misma frecuencia que antes, y no porque no quiera, sino porque
ya ha pasado de moda. Solo escribo por placer, y entre el colegio y la familia,
no me queda mucho tiempo. Tantos años estudiando, preparando esta profesión con
esmero, formándome como docente, superando unas duras oposiciones, dejándome la
piel por intentar crear una buena educación para el futuro de los alumnos… Y
yo, me pregunto: ¿tanto esfuerzo para esto? Para enseñar teclas en
vez de letras, iconos en vez de materiales, tabletas (y no de chocolate) en vez
de libros de texto, e-books en vez de libros literarios, test online en vez de
exámenes, bases de datos en vez de bibliotecas, videoconsolas en vez de partidos
de fútbol, de baloncesto, o del deporte que sea. Esto no es lo que quería, y
hemos llegado a un punto en el que ya no se puede volver atrás.
Me gustaría enseñar a mis alumnos
como fue mi infancia en el colegio, los nervios que sentía cuando nos iban a
dar la nota de un examen donde las faltas de ortografía jugaban un papel
importante. Las tardes que me iba a la biblioteca a ojear veinte, treinta o
cuarenta libros, siempre eran pocos, para luego decantarme solo por uno, y, con
suerte, dos. Los premios de dibujo en
los concursos de carnaval… ¡siempre ganaba gracias a mi dedicación y esfuerzo!,
palabras que ahora son sustituidas por máquinas. O Don Pedro y su pasión por Platero y yo. Todavía guardo ese libro,
me ha acompañado hasta día de hoy, a pesar de mis idas y venidas. Por mucho que
intento hacerles ver a mis alumnos la magia que guardan los escritos de Juan
Ramón Jiménez, prefieren ver el último capítulo de Supermegafriends en su tableta. Qué mal suena el título, ¿verdad?
Yo casi que me quedo con Oliver y Benji.
En definitiva, querido diario, tú
que me llevas leyendo desde que tengo uso de razón, si tantos avances hay en la
sociedad, en el mundo, en la EDUCACIÓN, ¿por qué no inventar una máquina del
tiempo? Al menos, no sé, para que los niños pudiesen comparar, y elegir. Para
que de alguna manera pudiesen aprender a valorar que las cosas se consiguen con
grandes esfuerzos y que las máquinas nos están absorbiendo el cerebro. Ya no
hace falta pensar, lo hacen ellas por ti. Ya no hace falta leer, ni escribir,
ni hablar, ni debatir. Pero, ¿sabes qué? Al menos me siento orgullosa de haber
formado parte de una generación donde un libro y una sombra debajo de un árbol
en pleno mayo me hacía ser la niña más feliz del mundo.
Firmado: una maestra frustrada.
Firmado: una maestra frustrada.
A continuación, adjunto un vídeo donde se habla de la educación en el futuro, la cual he querido plasmar en mi relato a modo de diario desde el punto de vista de un maestro en el año 2038.
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