Y salió dando un gran portazo.
***
Era
temprano, apenas empezaban a amontonarse pequeños rescoldos de vida entre las
primeras luces del día. Iba concentrado en las diminutas gotas con las que la
lluvia había acariciado los adoquines de aquella calle empedrada por la que
tantas veces pasó cuando era niño. Mientras el ligero peso de su i-pad le
permitía ir caminando tranquilamente, el de su mente no le dejaba avanzar sin
que dar un paso resultase toda una odisea. Por qué, se repetía una y otra vez, por
qué a sus 30 primaveras y aun habiendo tomado la última palabra, ahora, sentía
aquella añoranza incluso antes de marcharse.
Los
días se convirtieron en una rutina consistente en dejar pasar las horas, los
minutos, oír por obligación, pero dejar de escuchar, mirar por intuición, pero
dejar de ver. Mientras tanto, solo podía concentrase en el diálogo que
mantenían aquellas enormes agujas, tic, tac, tic, tac, tic, tac…
¿Cómo
habían pasado tantos años sin apenas darse cuenta?
***
¡Mamá,
mamá, los reyes magos me han traído el libro que yo quería!
***
Atrás
quedan aquellas noches en las que haciendo uso de una linterna y una pequeña
manta, su madre y él formaban campamento en el salón de casa y dejaba volar su
imaginación mientras aquella voz dulce daba sonido a la tinta impresa de unas
páginas que tan lejos le llevaron.
Frente
a aquella puerta de madera color nogal, empezó a guardar recuerdos en cajas de
cartón.
El
portátil, ese portátil, el que ninguna batería le duraba apenas nada, la
Tablet, aquel móvil que siempre se apagaba sin previo aviso o el pm4. ¡El mp4!
Empezó a escuchar las melodías que tanto tiempo había guardado, cada una le
transportaba a un destino diferente. Recordó aquel verano en la playa, la
arena, las olas y recordó el olor… Decidió quedarse con él, sí, no podía
dejarlo ahí, guardaba muchos momentos que había vivido en forma de canción. ¿Y
esto? ¡La nintendo! Enseguida soltó una gran carcajada, ¡cuántas regañinas se
había llevado por pasarse horas jugando con ella!
Una
caja más y estaría todo listo para la mudanza. A pesar de ser lo que siempre
había querido, sentía que le faltaba algo por hacer, que no podía irse de allí. Y en esa última caja,
aquella cuyo envoltorio era toda una manta de polvo, y empezó a abrirla. Un
balón de baloncesto con el que apenas jugó cuando la tecnología fue abriendo
paso entre sus cosas, una caja de colores y un cuaderno del colegio, ¡madre
mía! Ni se acordaba de eso. Y en el fondo, envuelto en papel de revista,
guardaba el mayor tesoro, aquel que cuando cogió, sintió que respiraba de
nuevo.
- - ¡No lo puedo creer! ¡Estás aquí!- y es
como si en ese momento, al abrir de nuevo aquel libro, no escuchase la voz de
su madre cada noche antes de dormir, si no, que fue como si aquellas páginas
que tantos días llevaban dormidas, empezasen a hablarle…
¡Qué
ilusión ver la luz de tus ojos¡ El tiempo no se para ante nadie, corrieron por
tu vida nuevos aires y sentí el olvido. Supe cómo duele sentirse solo y lloré
como un niño… Fui tu refugio en las duras noches, y aunque envuelto en papel de
revista, sé que me guardaste en la mejor caja de zapatos…
***
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