Invierno del 91, me resistía a nacer. Dentro todo era oscuro pero, fuera reinaba el blanco, no sé si había palmeras en la nieve cerca del hospital pero, lo que queda claro es que sí al revés, pues cada año es el recuerdo de mi madre y su ¡cómo nevaba! lo que nos hace sonreír. Estanterías llenas de colores piden paso a esos copos teñidos del más puro color blanco. Vaga por mi mente el sueño de una noche de verano donde hojas llenas de letras e ilustraciones, hacían olvidar el húmedo calor de una Málaga del mes de agosto, lugar de cuyo nombre sí quiero y querré acordarme siempre, pues allí viví con cada crepúsculo una aventura, con cada amanecer una experiencia y con cada luna nueva, también nuevas imaginaciones.
Creces y, aunque Caperucita, los Cabritillos y Blancanieves con
sus siete enanitos te obliguen a ver que hay vida más allá del reino de nunca
jamás, mentiría si dijese que no sonrío ante un ¡buenos días princesa! Porque la vida es bella para no hacerlo. Caminas
y caminas, porque como dijo el señor conejo, llegas tarde, y cuando lo haces,
ves que es la adolescencia quien te está esperando, y es en ese momento cuando al
recordar la infancia, siempre comienzo pensando yo antes de ti… Esta etapa está llena de experiencias que sin duda,
recordarás para toda la vida, vivencias sobre
la amistad, ¿verdad Cicerón? O aquellas rosas preciosas que te regalaron un
día, no recuerdo si eran trece rosas rojas,
sí que no eran girasoles, ni estaban ciegos los ojos que me las entregaron,
sí recuerdo que mencionaban en silencio lo que alguien no se atrevió a decir
con palabras, pues la voz dormida no
se lo permitió, sí recuerdo también, que me dejaron ver lo que escondían sus ojos. La adolescencia quizá te lleve sentirte
un componente más del club de los
incomprendidos, ¿tu familia no se entera de nada verdad?, ya lo sé. Si bien
me permites un consejo, te diré que ellos están siempre ahí, caminando contigo
hacia el horizonte que quieras dibujar, y también te diré, no la recuerdes como
si hubiesen pasado cien años de soledad.
Solo habrán pasado unos pocos años y, si te sientes solo/a, siempre puedes
recurrir a un diario, aunque espero que no tengas que hacerlo a escondidas,
como Ana Frank. Cuando crezcas, y abras tu diario, seguramente aparecerá el
nombre de aquel profesor que no se cansaba de repetirte que eras un vago, pero
no temas, pues no todos los que vagan
están perdidos. A veces, sentirás que no ves, o que todo quema demasiado,
pero si Jane Eyre se repuso a todo ello, tú también. Y un último consejo,
¡vive!, cada vez que ríes sumas años de vida dicen, ¡ríe!, conviértete en un
Benjamin Button, sé más joven cada día...
Y ahora, ahora que estás justo en ese momento en que necesitas leer antes de dormir, cuando lo
haga, yo soñaré con mi isla, una del
Mar Mediterráneo, una en la que solo se oyen gaviotas y el ruido de las olas al
acariciar la arena. Pues mañana, al despertar, la alegría de niños y niñas de
tres años me espera, y de corazón deseo que nunca jamás se duerma su voz,
aunque reconoceré una cosa, y es que, tengo miedo, pues aunque J.A. Marina nos
hable de la educación del talento, ya
dudo en qué medida ha de favorecerse cada cosa. Yo, mientras tanto, les seguiré
mostrando páginas llenas de color y aventuras, pues como dijo Carl Sagan, “La imaginación nos lleva a menudo a mundos
que nunca fueron, pero sin ella no vamos a ninguna parte”.
Miriam, me ha gustado muchísimo como has introducido cada una de las referencias a través de tu historia. Leerte sin duda ha sido un placer, sobre todo al ver libros que yo misma también he leído alguna vez.
ResponderEliminarEnhorabuena Miriam. Excelente relato y como dice Andrea, has incluido las obras perfectamente en tu texto.
ResponderEliminarOjo a las etiquetas. Debes separlas con comas.
ResponderEliminar¡Buenos días princesa!
ResponderEliminarMe encanta La vida es bella y también cómo has ido intercalando las obras.